Cuando te conocí pensé que eras diferente, que al fin saldría del nefasto círculo vicioso de citas por internet que me tenía hasta la madre, con perdón de la expresión.
Te luciste en la primera cita, tratando de impresionarme con el restaurante nice, la botella de vino, todo el reverendo acto. Luego tu mensaje: "me gustaría que sólo saliéramos tú y yo, no pienso salir con nadie más". Te luciste, neta.
Dos meses después caigo en cuenta de que eres igual que todo el resto de grandes patanes con los que he salido, salvo que tu tuviste el cinismo de declararlo y aún así esperar que yo lo aceptara. "No etiquetemos esto," dijiste. Y yo de idiota, pensando que tenías razón.
Sinceramente hoy llegué a mis límites, dándome cuenta de que básicamente me he convertido en una sirvienta de entrada por salida, yendo a tu casa cuando tú tienes tiempo y a la hora que te conviene. Aceptando recibir un mensaje tuyo cuando te viene en gana. Fingiendo que estoy bien con tu "estilo" de relación en la que ni siquiera compartes un bledo de quién eres en realidad.
Ya estoy harta el queque de salir con el estándar de hombre que no puede expresarse fuera de sus mensajes de texto, que no puede comprometerse a nada más que a lo que le conviene, que no cree en el amor verdadero...
Yo sí creo, o creía. Pero cade vez que me golpean entre lo que me parece el hipotálamo cerebral y el ventrículo derecho del corazón, creo que ya no me quedan energías para volver a intentarlo. Sinceramente quisiera construir una gran barrera invisible que me resguarde de otro rufían, de otro estafador, de otro pelele.
Ya no me queda fuerza.
Ya no.
Discúlpame, pero no.
Ya no quiero salir contigo, ya no quiero que me des en la torre, ya no quiero fingir que no importa que no estemos yendo a ningún lado. Llévate muy lejos tus ideas de relación casual y de pinche sexo sin compromisos.
No soy esa persona,
no funciona para mí.
Suerte con tu vida, te deseo lo mejor, pero merezco a alguien que al menos le interese saber quien soy y no le de hueva llamarme por teléfono o venir a recogerme a mi casa, al menos una vez en su miserable vida...
Y Lucía le mentó la madre, sin ningún recelo, a otro de tantos que tuvo la "fortuna" de conocer en algún bar cerca de aquella tienda que suele frecuentar en el sur de la ciudad.
Te luciste en la primera cita, tratando de impresionarme con el restaurante nice, la botella de vino, todo el reverendo acto. Luego tu mensaje: "me gustaría que sólo saliéramos tú y yo, no pienso salir con nadie más". Te luciste, neta.
Dos meses después caigo en cuenta de que eres igual que todo el resto de grandes patanes con los que he salido, salvo que tu tuviste el cinismo de declararlo y aún así esperar que yo lo aceptara. "No etiquetemos esto," dijiste. Y yo de idiota, pensando que tenías razón.
Sinceramente hoy llegué a mis límites, dándome cuenta de que básicamente me he convertido en una sirvienta de entrada por salida, yendo a tu casa cuando tú tienes tiempo y a la hora que te conviene. Aceptando recibir un mensaje tuyo cuando te viene en gana. Fingiendo que estoy bien con tu "estilo" de relación en la que ni siquiera compartes un bledo de quién eres en realidad.
Ya estoy harta el queque de salir con el estándar de hombre que no puede expresarse fuera de sus mensajes de texto, que no puede comprometerse a nada más que a lo que le conviene, que no cree en el amor verdadero...
Yo sí creo, o creía. Pero cade vez que me golpean entre lo que me parece el hipotálamo cerebral y el ventrículo derecho del corazón, creo que ya no me quedan energías para volver a intentarlo. Sinceramente quisiera construir una gran barrera invisible que me resguarde de otro rufían, de otro estafador, de otro pelele.
Ya no me queda fuerza.
Ya no.
Discúlpame, pero no.
Ya no quiero salir contigo, ya no quiero que me des en la torre, ya no quiero fingir que no importa que no estemos yendo a ningún lado. Llévate muy lejos tus ideas de relación casual y de pinche sexo sin compromisos.
No soy esa persona,
no funciona para mí.
Suerte con tu vida, te deseo lo mejor, pero merezco a alguien que al menos le interese saber quien soy y no le de hueva llamarme por teléfono o venir a recogerme a mi casa, al menos una vez en su miserable vida...
Y Lucía le mentó la madre, sin ningún recelo, a otro de tantos que tuvo la "fortuna" de conocer en algún bar cerca de aquella tienda que suele frecuentar en el sur de la ciudad.
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