domingo, 9 de noviembre de 2014

Hámster de dos patas (AEN)

10 de noviembre de 2016

Ocurrió. 
Me enamoré de un homo sapiens. 
Sí, otra vez, una vez más, la enésima vez...

Detesto el inmaculado instante en que posé mis ojos en ese ingrato respiro del mundo; en ese pobre hipnotista de segunda que me revolvió más que el cerebro, el alma; en ese hijo de su bien amada, inmaculada y santa madre (porque ella es eso y sólo eso para él); en ese hombrecillo que decidió que yo ya no encajaba con sus planes, así no más, porque así se lo dijo su bien amada, inmaculada y santa madre. 

Y digo hombrecillo porque si uso tacones poco o nada me rebasa. Y yo sólo mido 1.52 metros. Figúrense. 

Pues sí, ya soy una experta en esto de ver cómo desgranan cada partícula de mi alma en mi cara. En vivo, como carnicería. 

Lo vi venir, hace meses, pero una se hace la que no ve nada. Dentro de mi perfeccionismo existe esta obsesión por hacer que las cosas "funcionen", aún las imposibles ante los ojos de cualquier persona con un miligramo de sentido común. 

Estar enamorada ha sido hasta ahora la peor condición de discapacidad mental a la que me enfrentado en los últimos 14 o 15 años. Cada vez resulta más severa la recaída, se me mueren más neuronas y glóbulos blancos, rojos y rosados, y pese a que creo una enorme resistencia para no volver a caer en el mismo abismo, eventualmente tropiezo y en un abismo abismalemente peor. Literal.

Me cuesta cada vez más dejar ir a los autores de mis desgracias amorosas. Los años no pasan en vano. Podría llenar algun cuadernillo con sus autográfos, quizás pidiéndoles una dedicatoria en dónde me recuerden de qué manera me dieron en la torre.

Debo decir que gracias a mi basta experiencia me considero ahora una persona más selectiva y complicada. Es claro que uno va agregando detalles a su pequeña o gran lista de “lo que debe tener el hombre ideal-si eso existe-no, no existe. No obstante, debo decir también que cada vez me es aún más complicado salirme del respectivo selectivo hoyo negro del amor en el que me narcotizo más fatalmente cuando vuelvo a caer. Y caer se ha vuelto mi especialidad. Debería tener un doctorado. 

Así que, como siempre, intenté hasta el final salvar lo poco que quedaba, no de mi alma pero de "lo nuestro". 

Nuestro "amor verdadero". 

Intenté todo: mensajes, regalos, cartas, correos, poemas, canciones, fotografías, videos, promesas, osos de peluche, hasta la típica "indiferencia" -para ver si reacciona. Lo único que gané fue tiempo, un par de meses más, no para que me hiciera feliz sino para que me diera el tiro de gracia y el típico: “no me dejes, podemos ser amigos”, “no quiero perderte pero no puedo ofrecerte lo que mereces”, “estoy confundido con mi vida”, "quisiera poder explicarte pero no tengo respuestas", “pamplinas”, “pamplinas”, “pamplinas”...

Hoy llegué a mi límite. El hijo de su bien amada, inmaculada y santa madre me mandó un mensaje largo y hermoso, con gran sabiduría de algún gurú de la India, para hacerme sentir mejor por mi evidente pérdida. 

Era una cadena.
Sí: ca-de-na.

De esas que te mandan todos los días tus amigos en las mañanas. De esas que mandas a la bandeja de spam en tu correo normalmente. Sí, son lindas, no lo dudo. En otras circunstancias lo habría apreciado mucho. No niego que el contenido de la cadena fuera positivo o útil. Sólo digo que no ma...lentienda. 

Cuando uno busca apoyo de un ser amado y recibe este tipo de mensajes aunados a un "tú puedes, bien por ti", no sé ustedes pero yo "flasheo mierda" como dicen mis amigos de Argentina.  Para estos consejos, prefiero consultar a mi mejor amigo, el más sabio y accesible que conozco: Google. 

También está mi gran y confiable amiga: Wikipedia. 

En serio, hoy encuentra uno soluciones para todo con ellos y siempre, siempre, SIEMPRE están disponibles. 

Wikihow te dice hoy no sólo 4 formas de superar a tu exnovio, sino te da buenos tips para conquistar a otro. Es neta.

Googleen lo que quieran.
Igual y Googleo “cómo deshacerte de tu exnovia” y aparece “mándale una cadena para que vea que ni tiempo tienes de escribirle que lo sientes, pero que te ‘importa’. No seas tan cabrón, sólo sutil”. 

En fin. 

Claramente me leí su cadena y lo mandé a saludar a su bien amada, inmaculada y santa madre. Aclaro que fui muy educada, no lo hice como se lo imaginan. 

Él no entendió cómo no aprecié su ¡oh gran gesto de caridad y amabilidad! En verdad imaginó que me acababa de compartir información vital para sobrevivir mi caso terminal de muerte cerebral. Inocente criatura, pequeño hámster de dos patas -Sí, mi versión clasificación “A” de Paquita la del Barrio. 

Así que, como cualquier mujer sin raciocinio --porque es lo primero que uno pierde durante la fase C de la enfermedad terminal de la amígdala (zona del cerebro donde se dice que radican las emociones)-- le di mis razones, sin sabores y bendiciones. 

Él... 
Se quedó dormido.
No, no ha leído nada aún.
Si, yo no he podido dormir ni ma... es decir, nada.
¿Les ha pasado? Para mí esto es una rutina.
El pan de cada día.
El vino de la cena.
El sandwich del almuerzo.

Así que hoy decidí dejarme de idioteces y ya olvidarme de él. 
Otra vez. 
Para siempre.
Según. 
FO-RE-VER!

Le cuesta a uno decidirse en estas cosas y debo admitir que estoy aterrada hasta la espina dorsal. Pero esta vez se trata de una decisión de vida o muerte: ¿Lo mato a él o me dejo morir de SICA (Síndrome de Insuficiencia Cerebral en la Amígdala)? 

Morir de SICA es terrible e incomprensible. A diferencia de otros padecimientos, uno no presenta síntomas físicos visibles (no, los ojos rojos y llorosos no son en realidad válidos en ningún trabajo, examen, entrega. Tampoco andar moquiento, para eso existen los Kleenex). No hay incapacidad laboral, no hay espacios especiales para estacionar el auto, no hay siquiera medicamentos disponibles. Aquellos que padecemos SICA morimos solos, en nuestro silencio, en nuestra miseria. Quizás amigos y familiares traten de ayudarnos, sin saber realmente qué hacer; no obstante, la realidad es que sólo nosotros podemos curarnos. 

No, el SICA no es contagioso. 

No, no hay vacuna.

No, no sé si la habrá. La verdad, no lo creo.

Así que, pese a lo mucho que lo amo, a que ya tenía una linda casa para el hámster de dos patas y que ya hasta había pensado en buscar la manera de simpatizarle a su amada, inmaculada y santa madre, decidí que hoy no me tocaba morir. 

No, no hoy. Y no de SICA. 

Y así, Lucía prosiguió escribiendo sus memorias en el blog que había abierto hace años y no había actualizado desde entonces. El hámster de dos patas le dio algo al final. Además de un cuadro de SICA severo, bolsas en los ojos por falta de sueño y exceso de sal, así como un par de retrasos laborales; el hámster le devolvió la inspiración y la confianza en ella misma. Porque nadie necesita de nadie para vivir.

Uno sólo se puede valer de uno mismo y Dios, para los que creen en Él. No hay vacunas, doctores, remedios, ni respuesta en Google que pueda darle a los seres humanos una cualidad vital para encontrar la felicidad: la dignidad. 

Así, pese a los casi fatales efectos secundarios del SICA, yo, el Dios de este relato, les doy un consejo que espero aún no esté en cadenas que personas desmedidamente inteligentes como el presunto hámster puedan mandar: 

"Los hámsters y las mujeres no sólo no hacen buenas parejas, sino que tienen hijos que sólo en religiones politeístas, como la hinduista, parecerán divinos. Busquen hombres, no roedores".  

He dicho. 

martes, 9 de septiembre de 2014

Lluvias de monzón

Creo que nunca había apreciado y odiado la lluvia tanto como hasta ahora. Quizás porque nunca había vivido las lluvias de monzón. 

En mi pequeña casa, en medio del bosque, escucho la lluvia caer. Fuerte cae cada gota, millones de gotas. Siento la tentación de salir y sentir la lluvia caer sobre mí, pero para el momento que consideré seriamente salir el chaparrón cesó. No quiero una llovizna, quiero un vendaval, una tormenta. 

Conforme pasan los años, me siento más joven y más vieja. De pronto me encuentro viajando con gente 9 años menor que yo y no me percato. Sí, claramente hay diferencias entre ser un profesional con mediana experiencia y un recién egresado de la prepa. Sin embargo, las pasiones no tienen edad. El deseo de conocer nuevos lugares y vivir lo que uno no imaginó vivir tan inusitadamente llega a a los 15, 20, 30, 50 años... Conocí a un jubilado gringo que vivía en Nepal feliz, en un hostal. Rodeado de jóvenes, se veía joven él mismo. Llevaba en Katmandu 2 meses y aún no sabía para cuando irse. Incluso mi abuela a sus setenta y tantos años se avienta su tour internacional anual, sin fallo.

A veces me siento vieja, cuando me topo con que mi pequeño primo ya termina la primaria o con la quincuagésima conocida que se acaba de comprometer, espera un hijo o el segundo. Entonces regreso a mi realidad biológica y me cuestiono: ¿será que ya debería buscar sentar cabeza?

Y lo pienso, me mal viajo, como dicen. 

Pero no, mi vida no es normal. O eso me gusta pensar. A veces volteo atrás y veo todo lo que he hecho estos 27 años y comprendo lo afortunada que he sido. La vida me ha dejado ver tantas cosas que no tengo palabras para agradecer a cualquiera que sea el Dios responsable por tantas bendiciones. Y cierro los ojos y veo mi propia película de memorias pasar. 

Puedo empezar a llorar en cualquier momento sólo de recordar. 

Ahora entiendo a mi padre cuando me dijo, hace no mucho, que las fotografías no valen nada a lado de nuestros recuerdos. Cosas como ver a mi hermano dormido en el asiento de junto en alguna carretera de Nepal; a mis amigos caminando por las calles desiertas de Ahmedabad, buscando defenderse de los perros callejeros; a los hijos de Jumoke corriendo en la mañana gritando "Auntie Lauraaaa"; la sonrisa de mi novio mientras corríamos por la playa; el silencio en la cima de la montaña en Mount Abu y mis amigos mirando el horizonte; los consejos de mi padre mientras recorríamos China; el bullicio indio percibido desde la cima del fuerte de Jodphur el fin de semana pasado. 

Y al final, el mundo es igual.

Después de conocer a gente de tantos lugares he entendido que la búsqueda del sentido trasciende cualquier nacionalidad, religión o idioma. El amor se encuentra en el lugar menos pensado. Los ángeles existen. El silencio habla. El dolor cura. El amor nos mueve. 

Tengo tanto amor, siento tanto amor. 

Y sé que he lastimado a mucha gente, sobre todo a la gente que más amo. Creo que a veces son aquellos que más nos conocen los que tienen la mala fortuna de toparse con nuestras peores versiones. Espero aprender a herir menos y a amar más. La vida es un cambio constante y como bien aprendí de El Rey León, "el cambio es bueno pero no es fácil". 

Así que hoy no pude pensar en nada más que en retomar este espacio y escribir un poco, en medio de la soledad uno encuentra la paz para pensar un poco y entender lo mucho que no apreciamos por estar viviendo al ritmo de esta civilización descontrolada, de esta época de inmediatez digital. 

Gracias a todos los que han estado ahí, lejos, cerca. Cada uno me ha hecho una mejor persona, les agradezco por estos 27 años de aprendizaje. 

Y ha parado de llover. Sin embargo, espero que caiga un diluvio mañana o más tarde. Ésta vez saldré a empaparme, sin titubear. 

miércoles, 26 de marzo de 2014

El movimiento y el cambio estático (AEN)

23 de noviembre de 2015

En medio de la nada, lejos de todo lo que conozco, no tengo idea de dónde estoy exactamente. Sólo sé que el autobús sigue en movimiento, en algún punto entre Rajasthan y Gujarat.

Y aquí, recostada en el compartimiento que se me asignó --porque en India los camiones pueden tener camas en lugar de asientos--en medio de gente que poco o nada me entiende--porque no hablo hindi y el inglés de ellos no es muy fluido (si es que saben)--me encuentro pensando en él. Cuando decidí salir del país para darle algún sentido extravagante a mi vida, no pensé que me encontraría pensando en él. No de esta forma. 

Me he dado cuenta de cómo el amor y los juegos mentales que éste involucra son iguales en todo el mundo. La gente parece no poder vivir sin un poco de drama en sus vidas. Claro, siempre hay quienes son más prácticos que otros, pero al final, hasta los que se dicen inmunes al drama tienen sus problemas también. 

Yo no soy la excepción. 

Y entonces veo sus ojos, sonrientes como siempre. Me imagino que está aquí, recostado junto a mi, abrazándome. 

Y yo lo estrujo como antes. 

Nos contamos secretos, de cuánto nos extrañamos, de lo que no dijimos, de lo que fingimos, de aquella vez que nos tomamos la mano en el cine, de cuando nos gritamos en medio del pasillo de la facultad, de su madre, de mis demonios, de nuestro amor, de lo que se perdió, de lo podríamos recuperar. Y él toma mi mano otra vez, nos metemos en nuestra burbuja narcótica... 

Una vez más. 

Estoy sola. 
En medio de la nada.
¿Él?
No lo sé. 
No hemos hablado en meses.

Cada quien siguió su vida. 
Extraños, ajenos, perdidos, fugaces, olvidados, fuertes, obstinados, orgullosos, nostálgicos, cobardes, soñadores, independientes, ignorantes, frágiles...
Solos.

Y aún así, en mi soledad, él me persigue. Lo siento aquí junto a mi, dentro de mí. Será que cada amor nos marca a su manera. Años de todo aquello y aún lo recuerdo con cada referencia a Woody Allen y cada canción de Athlete, incluso con las que no escuchamos juntos, la que sonaron después de dejarnos, después de la tormenta, durante la calma, calma que en realidad nunca llegó.

Pensé en escribirle una carta... 
Nadie hace esas cosas ya.
Y escribí muchos correos. 
Nunca envié ninguno.

Si pudiera volver, no movería nada, cada recuerdo lo dejaría intacto.

Si pudiera verte, probablemente no diría nada. Tendría miedo de decir cualquier cosa que te alejara otra vez.

Si puediera ver el brillo de tus ojos, como cuando me mirabas años atrás, antes del caos y de mi realidad... 
Pero tus ojos no brillaron la última vez, no somos los mismos que fuimos y esos tiempos quedaron atrás. 

El cambio fluye como el aire a través de mi ventana semiabierta; 
a veces nos enfría, 
a veces nos refresca, 
a veces nos avienta, 
nos aleja, 
nos apaga, 
nos levanta. 

Cerré los ojos. Lo vi de nuevo, frente a mí, sonriendo tal cual lo hizo antes de besarme por primera vez. 

Pero no hubo más besos.
No habrá más. 

Y dicen que uno viene a la India a encontrarse a uno mismo. Hasta Steve Jobs se unió al clan. Yo no sé si el hecho de ser unos ignorantes en medio de templos y rituales hinduistas nos haga encontrarnos. Lo dudo. Y he leído y preguntado, para ser menos ignorante, pero no hay fórmulas para descubrir quiénes somos y claramente fingirse hinduista --porque uno no va a adquirir una fe ciega en dioses cuyos nombres son por momentos casi imposibles de pronunciar correctamente-- no va a llevarnos a ningún lado. 

Tampoco creo que ver la pobreza en la que vive la gente nos haga transformarnos.-Además de que lo que he visto aquí  no es algo muy lejano a lo que he visto en mi propio país. Salvo las vacas, que andan libres por doquier, estas cosas se escuentran fácilmente en México. 

Quizás hasta las vacas. 

Sólo hay que salir un poco de nuestra zona de confort, probablemente ni siquiera hay que dejar la capital.

¿Quieren encontrarse en un lugar ajeno y entre algún dialecto extraño? 
Hay muchos poblados en México, en dónde aún la gente viste ropas típicas y habla sus propias lenguas ancestrales, en donde te acogen y te arropan, te enseñan y te nutren...

Yo no vine aquí a encontrarme con Shiva o Ganesh. Mucho menos a intentar cambiar un país que tiene más de un billón de habitantes...

Solo vine aquí a perderme entre la gente, a escuchar otra atmósfera, a sentirme libre, a absorver otra realidad. 

Pero uno nunca puede escapar de uno mismo. 
La libertad empieza desde adentro y para eso no hay que moverse un centímetro. 

Y dentro de mí, sigo en espera del encuentro con mi voz interior, aún no sé qué decidiré, pero los murmullos empiezan a resonar.