domingo, 15 de septiembre de 2013

El trono, nada más (AEN)

13 de enero de 2012

Todas han estado ahí.
Esperando a que llegue, que llame, un mail, un whats, lo que sea. 
 
Yo he estado ahí.
Estoy ahí. 

Detesto el mensaje casual. Ese que te hace pensar que la espera no ha sido en vano. Ese momento en que salta tu corazón y sonríes como estúpida, la clásica sonrisa tan amplia como una rebanada de sandía esperando ser devorada. 

Todas esperamos eso...
Ser devoradas.

Hoy me texteaste y caí, como siempre. Dejé de hacer mi trabajo y creo que literalmente mi cerebro entró en hibernación para que mi absoluta atención se concentrara devota, irrevocable e indefinidamente en ti. 

Vivo bajo la premisa de tener attention deficit desorder (ADD). No puedo concentrarme más de 15 minutos en prácticamente nada. 
Me cuesta leer por largos periodos de tiempo.
Me cuesta estudiar para exámenes.
Me cuestan esas juntas laborales con el jefe blablabeando en algo que raya en el arameo a las 9 de la mañana. 

Llevo 1 hora atenta a tus respuestas intermitentes. 
Hasta mi ADD ha caído rendido a ti.
Lo has idiotizado, y de paso a mí.

Y cancelé mis planes. Sólo porque insinuaste tener tiempo de verme porque saldrías temprano del trabajo. 

Hice tiempo en la oficina, que queda cerca de la tuya, por lo menos más que mi casa.

Me retoqué el maquillaje a cada oportunidad o señal de imperfección. 

Imaginé de qué hablaríamos. 
Imaginé tu risa, tus manos, tus ojos.
Imaginé que me robabas un beso. 

Cancelaste.

Inevitablemente me deprimí. 
Me derrumbé.
Me ahogué en dos margaritas y un scotch, acompañada de un colega del área de sistemas. El único disponible a las 9:00 de la noche para ir a malacopear. Me habló de su novia, como siempre. Yo hablé del mío.

Sí.
Del mío.

Y no sé qué hago con este hombre bebiendo y fingiendo que no tenía planes para hoy. A veces pienso que él eres tú en realidad. 

¿Qué hago pensando en ti y no en mi novio?
¿Por qué un mensaje tuyo hace que olvide todo: mi trabajo, mi ADD, mi novio, mi vida completa? 
Lo detesto.

Al final sabemos que nosotras sólo somos un pasatiempo, literalmente, un pasa-tiempo. Estamos ahí, esperando a que algún día tengan un momento para hacernos pensar que todo ese lapso eterno de horas, días, semanas, e incluso meses o años, han pensado en nosotras. 
Que una vale algo en su vida. 
Que una tiene una esperanza.

Mientras tanto, fingimos que no esperamos nada y que seguimos con nuestras vidas. Porque sino pareceremos necesitadas, rogonas, arrastradas, urgidas, perritos falderos, dependientes, stalkers, incondicionales, desesperadas, arrimadas, pobres diablos (¿o diablas?), velitas prendidas, último recurso, you name it!

Y detesto fingir. 

Me han dicho, los que saben de la encrucijada amorosa en la que me encuentro, que deje a mi novio, que no está bien. Aunque hay quien asegura que un clavo saca a otro clavo, o quizás te lo clava más... 

Yo no sé. Supongo que lo estoy averiguando.

Al inicio admito que este dude, mi novio, también abrumó a mi ADD, me enloqueció. Me infatué brutalmente y me creí curada de ti--sí, sigo hablando contigo. 

Eventualmente el hechizo caducó, casi totalmente. Hay chispazos casuales, sí. Pero lo cierto es que la rutina venció, la costumbre se hizo tangible y, como en los últimos años, has recuperado tu trono, tantas veces abdicado. 

Creo que sigo intoxicada de ti, hasta las entrañas de mi materia gris. Incluso la sinapsis más débil pulsa en tu favor. Y mi razocinio es la constante minoría en esta votación, donde tú has robado las pocas casillas de cordura. Ni la democracia mexicana es tan ridícula como la del Mundo de Lucía. Y te diré que el futuro presidente copetudo deja mucho que desear, que le enseñen a hablar, si va a mentir, que lo haga bien. 
Deberías enseñarle tú, tienes que admitir que eres un experto timador.

Y sigo esperando a que me mandes otro whats, que me saques de mi miseria y de esta conversación sobre relaciones fallidas y pormenores laborales. 
Que me digas que siempre sí nos vemos.
Que vengas a reclamar tu trono.
Admito que cada quince minutos volteo a la puerta, esperando verte llegar. Ni siquiera sabes que estoy aquí. ¿Por qué espero tan casi imposible coincidencia?

Y sigo volteando, a la puerta, al celular... 

Pero no hay nada.
Sólo un montón de gente, una cuenta sin pagar y rastros de lágrimas y besos guardados.
Sólo una pantalla fría y vacía, al igual que la verdad, la verdad de que seguiré esperando... 
Porque soy un trono vacío, nada más.

Y Lucía seco una lágrima que amenazó con mojar su teclado. Parpadeó múltiples veces, inútilmente. La tormenta había iniciado de nuevo. Justo cuando pensó que lo había superado, que lo había dejado ir, cayó en cuenta que aún aguarda su regreso. 

Leyó una y otra vez el correo. Corrigió errores de dedo, porque ella tiene perfecta ortografía, sólo ese tipo de errores ha de corregir, junto con uno que otro de redacción. A Lucía se le ha hecho una costumbre escribir cosas como lo que acaban de leer, como si su vida fuera una novela. Lo curioso es que lo es, pero eso sólo ustedes y yo lo sabemos, estimados lectores.

Lloró más. 

Pensó que si lloraba hasta que le explotaran las cuencas de los ojos iba a dejarlo ir finalmente. Como si la deshidratación ocular fuera un síntoma de amnesia sentimental.

Pero sólo lo deseó más. Estuvo a punto de marcarle. No se atrevió. Pensó en marcarle a su novio, pero ¿qué excusa daría a su voz entrecortada?

Vio la pantalla de su Mac, saturada de sus emociones y de la verdad que se ha guardado por meses, porque ella sabe que quien la acompaña ahora no ha llenado el hueco que dejó Él. Y con "Él" me refiero al rufián a quien dedicó aquel correo. El terrorista que la dejó discapacitada en el amor y en su amor propio. 

Aquellos incorrespondidos en el amor son almas que se desangran y caminan heridas por las calles sin las ventajas de otros discapacitados comunes. No les dan incapacidad en el seguro social, no tienen un lugar privilegiado de estacionamiento, no tienen ningún trato especial más allá de la lástima de aquellos que conocen la verdad detrás de sus sonrisas artificiales. 

Y Lucía guardó el correo en la bandeja de borradores, porque nadie es tan valiente o estúpida (según sus propias palabras) para mandar algo así. 

Cerró la computadora, apagó la luz de su recámara y, sin siquiera considerar el lavarse los dientes o ponerse una pijama, se metió en las cobijas y lloró un poco más, lo suficiente para agotar sus últimas energías y caer dormida...

Y frágilmente esperó, antes de desfallecer de tristeza, que todo fuera mejor al día siguiente. 

Lo que pasará mañana sólo creará más conmoción en su corazón, porque Él no le ha dicho algo que cambiará todo entre ellos, quizás para siempre. 

3 comentarios:

  1. Este me gustó más que cualquier otro. Vas bien Laus, besos.

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