miércoles, 25 de septiembre de 2013

El Lobo y la Barbie (AEN)

30 de noviembre de 2007

Sucedió en una sala de cine.

Estaban sentados al final de la fila, ninguno de los dos era aficionado de dichas butacas poco estratégicas, en donde no se aprecia a la perfección "el cuadro" (como le dicen ellos) y, aún peor, puedes terminar con tortícolis.

¿Por qué se sentaron ahí?
Por mera atracción.

Aunque estudiaban juntos, nunca se habían visto, por lo menos no mutuamente. Entre 168 alumnos de nuevo ingreso, seis meses pueden no ser suficientes para conocer a todos. 

Para su buena fortuna, o eso creían -porque cosas inusitadas y frustrantes ocuparon su relación años después- tenían un amigo en común, Enrique, mejor conocido como Quique, quien decidió organizar una salida al cine por motivo de concluir todos su primer semestre. 

¿Qué les digo de esta comitiva? No mucho, quizás. Un conglomerado de ocho adultos prematuros (o adolescentes tardíos) unidos, entre otras cosas, por su alto rendimiento académico. De todos, Lucía iba a la delantera, por centésimas, cuestión que si me lo preguntan la hace más risible que respetable. Es considerada una ñoña obsesiva, por lo menos por mí, y siendo yo un narrador omnisciente--básicamente Dios en este humilde pero glorioso relato--podemos tomar mi opinión como suprema y objetiva.

¿En qué estaba? Ah si, los geeks tórtolos. Pues casual o no, estos dos jóvenes terminaron sentados juntos al final de la fila, en lo oscurito, en lo privado, mejor rincón cliché no pudieron asignarles.

La proyección inició, junto con una pila de pensamientos, susurros y miradas desviadas de la pantalla, detalles todos que componen el típico coqueteo de aquellos que van en la secundaria. 

Me sorprende descubrirme nervioso y excitado por estar sentado junto a esta niña. Me sorprenden más el par de comentarios acertados que ha hecho hasta ahora. Viniendo de alguien que combina sus zapatos con su bolsa y lentes, no esperaba algo así. Estaba preparado para algo como el actor está buenísimo o se ve súper falsa esa explosión.

Sí, sueno clasista, pero gente de este tipo de facha no dice cosas muy interesantes para mí, alguien que sabe los orígenes y tendencias visuales del director de la cinta o la trayectoria artística completa del actor "buenísimo".

Y no me siento mal por cualquier Barbie Condechi que se ofenda.
No soy un tipo de Barbies.

De cualquier forma, esta Barbie en específico no siempre viste así, quizás por eso sea excepcional su conversación, no es una Barbie en realidad. 

Cuando la vi hoy, admito que llamó mi atención de entrada, sobre todo cuando me sonrió. El sexo femenino no suele sonreírme, a excepción de mi madre. Atribuyo su gesto a que vengo de traje y me peiné para atrás. Uno puede ganar mucho si se viste "decente". Hoy presenté examen final, una exposición, y tuve que disfrazarme de niño bien o, más bien: oficinista.

Ella ya me había visto antes, sólo que no lo recordó porque me vio en mis fachas casuales, en mi verdadero yo: jeans gastados (que no es lo mismo que sucios), Convers y playeras con motivos desde Los Muppets hasta el último Coachella. Si no saben qué es Coachella, deberían dejar de leer esto. Por favor.

Googléenlo.
No finjan que saben si la verdad no. Y me choca la gente que finge saber y no sabe ni madres...

En fin, nadie toma en serio a un tipo así, tan "fodongo" según varios de mis familiares, por lo menos no a primera vista (eso y que hago comentarios directos y quizás impertinentes como el arriba citado). Sé que, si me vio, pasé simplemente a formar parte de su subconsciente.

A mí eso en realidad me vale, me gusta estar solo.

Soy como el Lobo Estepario de Herman Hesse. También pueden Googlear eso. Me gusta explicarlo así, siempre suena mejor a: "soy un antisocial, huraño y cínico".

En fin, como les decía, ella ya me había visto y yo a ella, porque es amiga de Quique. La primera vez, pensé que era ñoña, aburrida y hasta fea, la verdad. Estábamos en la fila de las copias y llevaba un atuendo que la hacia parecer una maestra solterona, de esas que te hacen reír y llorar sincrónicamente...

...Con decirles que traía unos zapatos parecidos a los de Mafalda o, más fácil, a los de mi abuela... No soy un tipo de Barbies, pero hay límites.

Gran sorpresa me llevé semanas después, cuando la encontré con el cabello suelto, maquillaje y blusa escotada sin caer en lo indecente. Le daba un aire a Michelle Williams... Tarde dos minutos en reconocerla.
Juro que fue radical el cambio.

El día que definitivamente logró ganarse su lugar en mi lista de posibles conquistas (sí, hasta alguien como yo tiene una) fue aquél en que la vi con una playera de Batman, pegada. No, no fue que marcara sus curvas (bueno, sí un poco), sino que el enmascarado nocturno es de mis héroes favoritos, principalmente después de la serie de Christopher Nolan (sí saben quién es él, ¿verdad..? ¿Memento?). Eso y sus Convers la hicieron ganarse su lugar.

No sabía que Quique la había invitado, aunque no debió sorprenderme, si siempre andan como chicles.

Hoy viene como cualquier niña fresa de la universidad, se ve bien, una chica con tacones se ve sexy, aunque para mí es más sexy la sonrisa que me echó. La verdad no me esperaba una reacción así y lo tomé como una propuesta para sentarme a su lado. 

Llevamos aquí un rato ya... Ella ha hecho un par de comentarios respecto al guión y a la cinematografía.

Que una mujer diga en la misma frase telefoto y Macguffin es suficiente para que alguien como yo descuide la proyección para rectificar que la aliteración salió de sus labios. Unos labios bastante apetecibles.

Probé un poco el terreno y le hice un par de bromas que relacionaban el parecido de los arquetipos de los personajes con compañeros de la escuela o maestros. Ya sé, nada original. Para mi sorpresa, ella rió en cada broma, sin fallar. Incluso agregó de su cosecha buenos hallazgos. 

Me perturba que mi atracción por ella aumenta cada vez más.  

Durante los últimos 10 minutos he intentando reunir el valor para rozar su mano con la mía. El problema es que tiene ambas en la cara, la mujercita decidió sentarse con la cabeza apoyada en las manos, mientras sus codos descansan sobre sus piernas. Mi esperanza es que nadie puede quedarse en esa posición incómoda tanto tiempo. 

Y tenía razón, porque se movió. Ahora está cruzando los brazos y su mano derecha está a mi alcance. Crucé los brazos también. Mi mano izquierda quedó muy cerca de ella.

     -Ten valor, cabrón- me dije en mis adentros.

¡Pum!

Movió ella primero el dedo y acarició frágilmente mi mano, no sé si fue un error, pero me dio pauta para regresarle el gesto. 

Una guerrilla cautelosa y discreta de piquetes de índices, anulares y hasta meñiques inició y, entonces, no sé cómo, un impulso de estupidez o coraje me hizo darle la mano, aún con los brazos cruzados. 

Y ella no la quitó.
¡A güevo!

Acaricié entonces su mano y me di cuenta que era pequeña y suave, uñas cortas. Me animé a acercarme más a ella y me recorrí lo más que pude en el asiento.  En cualquier otra cita habría quitado el descansabrazos para abrazarla y ya saben el protocolo, pero esto no era en realidad una cita, además de que cerca de una decena de compañeros-ya sé que no son tantos, pero me lo parecen- notarían el cursi y comprometedor gesto. Más viniendo de mí.

Me conformé con acercarme a su oído y decirle:
      -¿Me das de tu refresco?- Ya sé... qué imbécil. 

Soltó mi mano y me pasó su vaso. Tomé un poco.
Era Coca Light.
Me purga la Coca y más de dieta. Barbies...

Le devolví el vaso y ella lo puso en su sitio, pero no volvió a cruzar los brazos para darme la señal de tomar su mano nuevamente.

Pensé en darle la mano por debajo del descansabrazos, pero no sabía si me verían.

     -¡Vas cabrón!- me dije nuevamente.

Justo cuando me iba a arriesgar, ella volvió a cruzar los brazos. 

Gustavo tomó la mano de Lucía nuevamente y ella confirmó que él no la encontraba indiferente después de todo. Sintió su mirada numerosas veces durante el resto de la cinta y, casi al final, se decidió a confrontarla.

Descubrió unos ojos tiernos y una sonrisa inusitada. Ella sonrió también. Lo habría besado en ese instante, si no fuera por el público entrometido que presenciaría ese arrebato de pasión impulsiva. Aunque, se veía tan sexy peinado para atrás -textual de la Barbie, claramente, me es indiferente el peinado del antisocial éste. 

Se miraron un poco más y luego volvieron sus rostros al frente. Él apretó su mano y ella le devolvió el guiño. Entonces Gustavo se volvió hacia ella y olió su cabello. Reconoció frutas, era un aroma extrañamente familiar.

Recordó que era el olor del shampoo de su hermana. En otros momentos esto lo habría perturbado un poco, pero ese aroma ahora le pertenecía a su nueva conquista, no a su hermana. 

Lo inhaló un poco más, quería conservar ese momento para siempre, quizás esta chica sería especial, tal vez ella finalmente le quitaría lo lobo estepario, cínico y antisocial.

O quizás no.

Aún así, prolongó ese instante de emoción y tensión lo más que pudo.

Término la función y ambos se soltaron. Salieron con el resto del grupo y, aunque él se vio duramente tentado de quedarse en la plaza, pues escuchó que ella permanecería hasta tarde para ver a sus amigas, tenía que regresar el auto antes de las 6:00 de la tarde. Sí, a su madre. Consideró llegar más tarde... ¿Qué podía pasar?

Se despidió.
Madre 1 - Lucía 0.

Al llegar a casa, se dio un baño y fingió para sí mismo que se equivocaba de botella de shampoo y, al tiempo que olía las frutitas con vitamina V1 y queratina provenientes de aquel recipiente morado, recordó la mirada de Lucía al salir del cine y cómo sus ojos sonrieron admitiendo que ella también compartía algo más con él que su pasión por el celuloide.

Y siguió pensando en ella... su nueva musa y futuro tormento, el pobre hombre, infatuado hasta el apéndice, no tiene idea de lo que le espera.

Pero yo sí. 


domingo, 15 de septiembre de 2013

El trono, nada más (AEN)

13 de enero de 2012

Todas han estado ahí.
Esperando a que llegue, que llame, un mail, un whats, lo que sea. 
 
Yo he estado ahí.
Estoy ahí. 

Detesto el mensaje casual. Ese que te hace pensar que la espera no ha sido en vano. Ese momento en que salta tu corazón y sonríes como estúpida, la clásica sonrisa tan amplia como una rebanada de sandía esperando ser devorada. 

Todas esperamos eso...
Ser devoradas.

Hoy me texteaste y caí, como siempre. Dejé de hacer mi trabajo y creo que literalmente mi cerebro entró en hibernación para que mi absoluta atención se concentrara devota, irrevocable e indefinidamente en ti. 

Vivo bajo la premisa de tener attention deficit desorder (ADD). No puedo concentrarme más de 15 minutos en prácticamente nada. 
Me cuesta leer por largos periodos de tiempo.
Me cuesta estudiar para exámenes.
Me cuestan esas juntas laborales con el jefe blablabeando en algo que raya en el arameo a las 9 de la mañana. 

Llevo 1 hora atenta a tus respuestas intermitentes. 
Hasta mi ADD ha caído rendido a ti.
Lo has idiotizado, y de paso a mí.

Y cancelé mis planes. Sólo porque insinuaste tener tiempo de verme porque saldrías temprano del trabajo. 

Hice tiempo en la oficina, que queda cerca de la tuya, por lo menos más que mi casa.

Me retoqué el maquillaje a cada oportunidad o señal de imperfección. 

Imaginé de qué hablaríamos. 
Imaginé tu risa, tus manos, tus ojos.
Imaginé que me robabas un beso. 

Cancelaste.

Inevitablemente me deprimí. 
Me derrumbé.
Me ahogué en dos margaritas y un scotch, acompañada de un colega del área de sistemas. El único disponible a las 9:00 de la noche para ir a malacopear. Me habló de su novia, como siempre. Yo hablé del mío.

Sí.
Del mío.

Y no sé qué hago con este hombre bebiendo y fingiendo que no tenía planes para hoy. A veces pienso que él eres tú en realidad. 

¿Qué hago pensando en ti y no en mi novio?
¿Por qué un mensaje tuyo hace que olvide todo: mi trabajo, mi ADD, mi novio, mi vida completa? 
Lo detesto.

Al final sabemos que nosotras sólo somos un pasatiempo, literalmente, un pasa-tiempo. Estamos ahí, esperando a que algún día tengan un momento para hacernos pensar que todo ese lapso eterno de horas, días, semanas, e incluso meses o años, han pensado en nosotras. 
Que una vale algo en su vida. 
Que una tiene una esperanza.

Mientras tanto, fingimos que no esperamos nada y que seguimos con nuestras vidas. Porque sino pareceremos necesitadas, rogonas, arrastradas, urgidas, perritos falderos, dependientes, stalkers, incondicionales, desesperadas, arrimadas, pobres diablos (¿o diablas?), velitas prendidas, último recurso, you name it!

Y detesto fingir. 

Me han dicho, los que saben de la encrucijada amorosa en la que me encuentro, que deje a mi novio, que no está bien. Aunque hay quien asegura que un clavo saca a otro clavo, o quizás te lo clava más... 

Yo no sé. Supongo que lo estoy averiguando.

Al inicio admito que este dude, mi novio, también abrumó a mi ADD, me enloqueció. Me infatué brutalmente y me creí curada de ti--sí, sigo hablando contigo. 

Eventualmente el hechizo caducó, casi totalmente. Hay chispazos casuales, sí. Pero lo cierto es que la rutina venció, la costumbre se hizo tangible y, como en los últimos años, has recuperado tu trono, tantas veces abdicado. 

Creo que sigo intoxicada de ti, hasta las entrañas de mi materia gris. Incluso la sinapsis más débil pulsa en tu favor. Y mi razocinio es la constante minoría en esta votación, donde tú has robado las pocas casillas de cordura. Ni la democracia mexicana es tan ridícula como la del Mundo de Lucía. Y te diré que el futuro presidente copetudo deja mucho que desear, que le enseñen a hablar, si va a mentir, que lo haga bien. 
Deberías enseñarle tú, tienes que admitir que eres un experto timador.

Y sigo esperando a que me mandes otro whats, que me saques de mi miseria y de esta conversación sobre relaciones fallidas y pormenores laborales. 
Que me digas que siempre sí nos vemos.
Que vengas a reclamar tu trono.
Admito que cada quince minutos volteo a la puerta, esperando verte llegar. Ni siquiera sabes que estoy aquí. ¿Por qué espero tan casi imposible coincidencia?

Y sigo volteando, a la puerta, al celular... 

Pero no hay nada.
Sólo un montón de gente, una cuenta sin pagar y rastros de lágrimas y besos guardados.
Sólo una pantalla fría y vacía, al igual que la verdad, la verdad de que seguiré esperando... 
Porque soy un trono vacío, nada más.

Y Lucía seco una lágrima que amenazó con mojar su teclado. Parpadeó múltiples veces, inútilmente. La tormenta había iniciado de nuevo. Justo cuando pensó que lo había superado, que lo había dejado ir, cayó en cuenta que aún aguarda su regreso. 

Leyó una y otra vez el correo. Corrigió errores de dedo, porque ella tiene perfecta ortografía, sólo ese tipo de errores ha de corregir, junto con uno que otro de redacción. A Lucía se le ha hecho una costumbre escribir cosas como lo que acaban de leer, como si su vida fuera una novela. Lo curioso es que lo es, pero eso sólo ustedes y yo lo sabemos, estimados lectores.

Lloró más. 

Pensó que si lloraba hasta que le explotaran las cuencas de los ojos iba a dejarlo ir finalmente. Como si la deshidratación ocular fuera un síntoma de amnesia sentimental.

Pero sólo lo deseó más. Estuvo a punto de marcarle. No se atrevió. Pensó en marcarle a su novio, pero ¿qué excusa daría a su voz entrecortada?

Vio la pantalla de su Mac, saturada de sus emociones y de la verdad que se ha guardado por meses, porque ella sabe que quien la acompaña ahora no ha llenado el hueco que dejó Él. Y con "Él" me refiero al rufián a quien dedicó aquel correo. El terrorista que la dejó discapacitada en el amor y en su amor propio. 

Aquellos incorrespondidos en el amor son almas que se desangran y caminan heridas por las calles sin las ventajas de otros discapacitados comunes. No les dan incapacidad en el seguro social, no tienen un lugar privilegiado de estacionamiento, no tienen ningún trato especial más allá de la lástima de aquellos que conocen la verdad detrás de sus sonrisas artificiales. 

Y Lucía guardó el correo en la bandeja de borradores, porque nadie es tan valiente o estúpida (según sus propias palabras) para mandar algo así. 

Cerró la computadora, apagó la luz de su recámara y, sin siquiera considerar el lavarse los dientes o ponerse una pijama, se metió en las cobijas y lloró un poco más, lo suficiente para agotar sus últimas energías y caer dormida...

Y frágilmente esperó, antes de desfallecer de tristeza, que todo fuera mejor al día siguiente. 

Lo que pasará mañana sólo creará más conmoción en su corazón, porque Él no le ha dicho algo que cambiará todo entre ellos, quizás para siempre.