viernes, 12 de julio de 2013

Rebeldes en Convers (AEN)


18 de febrero, 2009.

Salí del salón con ganas de vomitar, pese a que no había siquiera desayunado. No pensaba regresar a clase, aunque dejé mis cosas, incluida mi computadora.

Bajé las escaleras, entre corriendo y tratando de pasar desapercibida, fingiendo demencia ante algún saludo casual de cualquier compañero. Mi asco aumentaba, pero sabía que no iba a salir nada de mí, nada más allá de lágrimas.

Volví a ver mi celular, su mensaje seguía ahí, ese texto, esas grafías inertes que seguramente tomaron vida al ver cómo se destrozaba la mía.

"No sé cómo decirte esto, no es como que tenga algún compromiso formal contigo. La cuestión es que ya tengo novia".

Sí, con su perfecta ortografía, así lo escribió.

Me senté en las mesas de la explanada de la Facultad de Medicina. No quería que nadie conocido me viera, así que me fui lo más lejos posible de mi propio edificio. Al parecer escogí bien, no hubo quien cayera en cuenta de que había alguien más ahí, sin bata, sin libros abiertos, sin amigos, sin luz en los ojos.

Una pobre mujer cargando con lágrimas en las pupilas, pero aún sin derramar alguna. Un alma sin palpitar. Detrás de aquellas gafas oscuras se sentía invisible, pero su sonrisa fingida y mueca torcida no engañaban a nadie. Si alguien hubiera reparado su atención en ella se habría dado cuenta de lo miserable que se sentía. Acababa de descubrir que aquél quien le robó el corazón hace meses había finalmente decidido anunciar su reemplazo formal y de la manera más fría y sutil posible.

Pero alguien reparó la mirada en ella.
Alguien desbatado, es decir, "sin bata", alguien que alguna vez tomó su mano en una sala oscura. Él supo de inmediato que era ella, la chica de la risa contagiosa y el cabello recogido de manera peculiar. Pero esta vez ella no estaba riendo. Él intuyó que algo no estaba bien. Recogió su libro, apagó su iPod y se acercó.

-¿Lucía?

La chica se sobresaltó, no esperaba un contacto tan personal mientras se encontraba inmersa entre los fantasmas blancos, absortos en sus textos. Volvió su mirada y se encontró con unos ojos tímidos pero sonrientes.

-¿Gus?
-Sí. ¿Estás bien? ¿Qué haces aquí?
-No sé... ¿tú?
-Vengo a leer, tengo una hora muerta los miércoles y logro concentrarme por acá. No hay nadie que llegue a interrumpirme o personas que llamen mi atención.
-¿Qué lees?
-Tokio Blues.
-No sabía que leías.
-No sabes en realidad muchas cosas de mí. ¿Qué tienes? -Le preguntó mientras le limpiaba una lágrima que asomaba por debajo de sus lentes oscuros.
-Yo... nada, nada. -Mintió mientras se secaba los ojos, sin quitarse las gafas.
-¿Te fue mal en algún examen?
-No, ojalá fuera eso. Saqué 10.
-¡Bien ahí! ¿Entonces?
-Pues... es por alguien. Alguien que he perdido.
-¿Falleció alguien?
-No, no. Alguien... bueno, tú sabes... alguien...

Lucía no pudo más y comenzó a llorar. Él, sin saber realmente qué hacer, la abrazó. Fue un abrazo largo. Mientras ella se desahogaba, él pudo percibir el olor de su cabello, olía a frutas, olía como algo que él conocía...

-Usamos el mismo shampoo.
-¿Qué?
-Sí, es una botella morada, ¿no?
-Ja... sí, me gusta mucho como huele.
-Sí, a mí también. Hueles rico.

Lucía no pudo evitar sonreírle, no sabía si se había sonrojado o no, pero supuso que sus lágrimas ocultarían eso.

-Gracias.

Él la vio de una forma que ella reconoció. La miró igual que el día que estuvieron en el cine y, sin saber por qué, aquella alma recobró su ritmo cardiaco.

-Vamos, déjame invitarte algo. Conozco un lugar cerca.
-¿No tienes clase?
-Puedo faltar hoy, es revisión de examen. ¿Tú? ¿Tienes clase en la siguiente hora?
-Sí, pero no quiero ir. Es repaso para el examen y... como si pudiera poner atención de cualquier manera. Sólo que dejé mi compu en la Sala B.
-Te acompaño.
-Ok.

Y así, sin decir nada más, caminaron juntos de regreso al edificio de Comunicación y Diseño. Y, mientras se alejaban, un embatado se percató de que los rebeldes ajenos a las ciencias puras, calzados en sus Convers, compartían más que el gusto por el shampoo afrutado o los tenis sucios: ambos estuvieron a punto de tomarse de la mano.

lunes, 1 de julio de 2013

30 días (AEN)

11 de noviembre, 2010

Y ahí estaba yo. Otra vez ida. Llevaba más de 30 minutos fingiendo hacer tarea en mi recámara, con la computadora en frente y Facebook abierto en lugar de Word (¿les ha pasado?). Se había hecho de noche, me percaté que me hacía falta iluminación para leer el libro de mercadotecnia que tenía a un lado (cerrado). Me levanté a encender la luz. Y, entonces, tuve otra vez la brillante idea de llamarle. Lo había hecho hace 31 minutos pero... ¿qué más da una segunda llamada (o una cuarta, para ser precisos)?

Marqué. Sonó una vez. Sonó dos...
Colgué. 

Ya, no puedo seguir marcando, que marque él. 

¿Treinta minutos no son suficientes para ver mi llamada perdida y marcarme? 
¿No creen coherente que todo un día es bastante tiempo para apretar 10 dígitos y esperar a que yo conteste? (Que seguramente no será más de 5 segundos porque creo que vivo pegada a este aparato, en espera de una señal de vida de él).

Y no sólo hablo de hoy. No han sido sólo estos 30 minutos, han sido los últimos 30 días. 

El primer día pensé que quizás estaría ocupado. 
El segundo, que estaba a punto de marcar y se quedó sin pila o crédito o las dos. 
El tercero, que probablemente habría perdido u olvidado el celular en algún lado y aún no se lo habían regresado y que, amablemente, la persona que lo tenía en su poder llevaba toooda una bitácora con mis llamadas (obvio...). 
Hoy...
Hoy pienso que seguramente ha sido SECUESTRADO. Sí, debe estar siendo víctima de algún psicópata que juega con su celular y lo molesta cada vez que le marco. Le dice: “Mira, güerito, otra vez tu novia buscándote” (porque, claramente, dice “novia” cuando yo le marco, ¿ven?). 

Debe estar volviéndose loco. 

¿Debería llamar a la policía? ¿A Locatel? ¿A su mamá? No... no puedo llamarle a su mamá. ¿Quién hace eso? 

Lo hice. 

No, no fue secuestrado. 
Sí, está bien. 

Jamás me había sentido tan estúpida. Me alegra haber inventado otro nombre. 

Aunque es obvio que él sabrá que fui YO. (¿A quién quiero engañar? Es evidente que estoy desesperada y que pensará que soy una urgida sin dignidad).

¿Dónde estás?
¿Por qué no contestas?
¿Es muy difícil al menos decir algo?

Podría decirme: 
“Lu, en serio, ya no me marques, no quiero verte más”; o 
“Lu, conocí a alguien, me estoy volviendo loco por esta niña y tus llamadas son bastante inoportunas”; o
“Lu, neta me perturba tu inteligencia y belleza, nunca había conocido a alguien así... No puedo hablar contigo, no te contesto porque no sé qué podría decirle alguien tan ordinario como yo a alguien tan extraordinaria como tú”. 
Ok... eso último no. Pero sería grandioso que ese fuera el pretexto. 

Sonó.

Era Daniel. Carajo (sí, eso pensé). 

-Bueno. 
-Hola, Luciérnagas, ¿qué onda? 
-¡Qué no me digas Luciérnagas! Suena como a renacuajo y verdolagas al mismo tiempo, y detesto ambas cosas. 
-¿Renacuajo? No suena a eso, además, las luciérnagas son lindas. Pequeños insectos brillantes que...
-Genial, soy un insecto. 
-Creí que habías dicho que te gustaban las cosas que brillaban. 
-Pues sí, pero cosas como estrellas, diamantina...
-¿Lentejuelas? Te puedo regalar un vestido de lentejuelas rojas que seguramente harán que Ruperto te llame.
-Es Roberto y, aunque me lo pusiera, él seguramente no...
-¿Sigue sin llamar? Ya Lu, en serio, no vale la pena. 
-Le marqué hoy... a su mamá. 
-O sea, a su casa.
-No, no tengo el de su casa, al celular de su mamá.
-NO hiciste eso.
-Sí, lo hice. 
-Oficialmente olvídate de él entonces.
-Di otro nombre. 
-¿Cuál? ¿Luciérnagas?
-No.
-Lu, es obvio que él sabrá que fuiste tú, digo... hay identificadores de llamada en los celulares y, de cualquier forma, con el típico argumento de “hola, señora, quería saber si su hijo está bien porque no me ha contestado el teléfono en días y no sea que lo hayan secuestrado...”
-No dije eso. Dije que era para una tarea.
-¿En la universidad? ¿Quién llama a la madre de alguien para eso? Ah... espera, tú. 
-Creo que voy a dejar que me arrolle el tren que pasa a un par de kilómetros de mi casa. 
-¿Hablas del metro? Por favor, ya deja de hacerte la sufrida. Ese güey no vale la pena, ¿cómo pudo dejar de hablarte así nada más, sin ningún motivo? Y tú... todavía llamándole a su madre. Lu, quiérete un poco, por fa. 
-No entiendo... La última vez que nos vimos todo estuvo bien. 
-Eso te pasa por andar dando las nalgas. 
-¿Qué cosa?
-Es una expresión, boba. 
-Sí sé que es una expresión.
-Bien, pues ya lo tienes. Creo que es obvio que este tipo sólo quería tu “tesorito”. 
-No te debí haber contado. ¿Crees que fue eso? Sólo... ¿me usó?
-Me cagan estos güeyes. Primero tú no quieres nada con ellos y ahí andan, duro y dale, duro y dale. Les das un sí, casi por lástima. Luego van y te seducen... les das otro sí, uno más íntimo y... ¡bum! Le dan una, dos, tres veces y desaparecen. Y sabes que Lu, ¿sabes qué es lo peor? Que tú NO lo quieres aceptar. Ya hemos hablado de esto miles de veces, sobre todo después de las primeras dos semanas. ¿Qué estás esperando? Creo que un mes es suficiente para contactar a alguien. Tiene tu número, sabe dónde estudias, donde vives... En serio que se te metió hasta las entrañas este pendejo. Y no me digas que no le diga así.
-Soy una estúpida. 
-Oye, calma. La neta no debiste llamar a su madre pero no seas tan dura contigo misma. Por cierto... ¿de dónde sacaste su teléfono? En verdad que eres bien stalker
-Cálmate, lo tenía de una vez que me pidió el cel para marcarle. 
-¡Ah mira..!
-¿Qué? Cualquiera guarda esas cosas...
-¿En serio?
-¡Ya! ¿Si? No lo entiendo. No puedo pensar en otra cosa. Todos los días me despierto esperando que mi celular vibre y sea él. No puedo dormir. Lloro todo el tiempo. El sábado lloré viendo Bridget Jones, ¡Bridget Jones! He perdido la cuenta de cuántas veces checo su Facebook. 
-¿No lo habías bloqueado ya?
-No, te dije eso para que me dejarás en paz. Hoy lo taggearon, con unos amigos y está junto a una chava...
-Lu, ya, párale. Deja de ver esas cosas, por favor. Ese tipo no piensa en ti y le vale madres. ¿No te das cuenta que para él ya no significas nada? 
-¿Nada?
-Nada. No sigas guardando estas esperanzas. No quiero ser duro contigo pero es la verdad. Si un hombre te quiere, te va a buscar él. 
-Pero me dijo que me quería, debiste ver cómo me miró la última vez que salimos... 
-Ya me lo has dicho y ¿te digo una cosa? Los hombres pueden fingir esas cosas. No te fíes de las miradas de nadie.
-No es cierto, no puedes fingir eso. Los ojos son el espejo del alma.
-No mames, Lu. Eso aplica quizás para ti que neta no puedes ni fingir para copiar en un examen, pero no, los ojos de Roberto no son el espejo de su alma, si es que el cabrón tiene. Mira, yo lo he hecho, he fingido que quiero a alguien y me dijo eso, esa misma frase, y que yo la vi de una forma que claramente la hizo sentir amada...
-¿Qué? ¿Tú le hiciste eso a alguien? 
-No, bueno, sí, lo hice, pero no es lo que crees. 
-¿A no? ¿Entonces qué debo creer? Todos son iguales, nosotras sólo somos un juego, una partida qué ganar. Todo lo puedo comparar al fútbol, porque eso, además de coger, es lo único que les importa a ustedes. 
-¿Dijiste coger?
-Todo es meter un maldito gol. Meterse hasta la portería y si en el camino nos destrozan, les vale.
-Hey, Lu, ya, ¡cálmate! Yo sólo trato de ser sincero contigo y sabes que no sigo casi el fut, no metaforeés de fut conmigo. Mira, no puedo decirte ahora porqué hice eso...
-Sabes, no me interesa. Ya. Es tu vida, Daniel. No tienes que venir a contarme nada. No sé por qué te conté yo todo esto.
-Porque somos amigos...
-¿Lo somos? ¿Por qué no me has presentado a tu novia entonces?
-Cortamos, ¿ok?
-¿Qué? 
-Sí... hace dos semanas. No te dije porque ya bastante tenías con lo de este güey.
-Dan, en serio no sabía... yo... lo siento.
-Ya... no fue nada. Ya todo andaba mal de cualquier forma. 
-¿Fue a ella a la que viste con ojos de amor fingidos?
-No... la chava que vi así fue en la prepa. Y tampoco estoy orgulloso de eso. Era sólo un ejemplo de que puede hacerse. 
-Bueno... está bien. Disculpa que te juzgué. Pero esque no puedo creer que mientan así para usar a alguien y... 
-Calma. Mira, me está entrando otra llamada, pero mañana platicamos de esto y hasta planeamos alguna forma de vengarnos de este pelelé. 
-¿Pelelé?
-Nada te parece, siempre me regañas de ser mal hablado y ahora te molesta pelelé...
-Ok, ok, pelelé está bien. 
-Debo irme.
-Hablamos mañana. ¿Seguro que estás bien por lo de Marina?
-Sí, no te preocupes, mañana te digo todo. Te quiero.
-Yo a ti.
-Bye.
-Bye.

Dejé el celular y me sentí un poco mejor. Supongo que es de esos momentos en los que un poco de apoyo moral te hacen sentir que ya superaste al susodicho en cuestión. Claro que... ese sentimiento nunca dura el tiempo suficiente. 

Abrí el libro de mercadotecnia, leí el primer párrafo y no entendí nada. Volví a leer y sólo pude pensar en la última vez que lo vi. Nos habíamos besado por una hora en mi auto...

Volvió a sonar.

Sí, era Daniel. Sí, otra vez.

-¿Qué onda?
-Lu, lo olvidé. Te llamé para ver cómo ibas con la expo, porque no quiero desvelarme otra vez. ¿Ya terminaste tu parte?

No... no había ni empezado, me había pasado toda la tarde viendo fotos de Roberto y haciendo conjeturas de porqué no me había llamado, mientras escuchaba música para cortarme las venas. 

-Sí... ya casi. Te la mando en un ratito. 
-Ok, pero que no pase de las nueve, por fa.
-(F-ck!) Ok, no te preocupes.
-Vale, te quiero.
-Yo a ti.
-Bye.
-Bye.

Bueno, al menos ya no tengo más tiempo para perder en Roberto. Mañana, quizás.

La mandé después de las doce.
Y, además de que Daniel seguramente no me dirigirá la palabra mañana, me van a reprobar en la exposición, son las tres de la mañana y sigo sin dormir. Sí, ya saben porqué.